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lunes, 18 de abril de 2016

Evangelio según San Juan 10,1-10

“En aquel tiempo, dijo Jesús: Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” Palabra del Señor

Reflexión del Papa Francisco:

Jesús dice que quien no entra en el corral de las ovejas por la puerta, no es el pastor. La única puerta para entrar en el Reino de Dios, para entrar en la Iglesia es Jesús mismo. Quien no entra en el corral de las ovejas por la puerta, sino por otra parte, es un ladrón o un asaltante. Es uno que quiere aprovecharse es uno que quiere treparse.
También en las comunidades cristianas existen estos trepadores, ¿no?, que buscan lo suyo… y consciente o inconscientemente aparentan entrar pero son ladrones y asaltantes. ¿Por qué? Porque roban la gloria a Jesús, quieren la propia gloria y esto es lo que decía a los fariseos: «Ustedes se glorifican unos a otros …». Una religión un poco como negocio, ¿no? Yo te glorifico y tú me glorificas. Pero estos no han entrado por la puerta verdadera. La puerta es Jesús y quien no entra por esta puerta se equivoca. Y ¿cómo sé que la puerta verdadera es Jesús? ¿Cómo sé que esa puerta es aquella de Jesús? Pero, toma las Bienaventuranzas y haz aquello que dicen. Sé humilde, sé pobre, sé manso, sé justo…”
Jesús no solo es la puerta: es el camino, es la vía. Existen tantos senderos, quizás más convenientes para llegar, pero son engañosos, no son verdaderos: son falsos. El camino es solo Jesús. Pero alguno de ustedes dirá: «Padre, ¡usted es un fundamentalista!». No, simplemente Jesús ha dicho esto: «Yo soy la puerta, Yo soy el camino» para darnos la vida. Simplemente. Es una puerta bella, una puerta de amor, es una puerta que no nos engaña, no es falsa. Siempre dice la verdad. Pero con ternura, con amor. Pero nosotros siempre hemos hecho aquello que ha sido el origen del pecado original, ¿no? Tenemos ganas de tener la llave de interpretación de todo, la llave y el poder de tomar nuestro rumbo, cualquiera que sea, de encontrar nuestra puerta, cualquiera esa sea.
Esta es la tentación de buscar otras puertas u otras ventanas para entrar en el Reino de Dios. Solo se entra a través de aquella puerta que se llama Jesús. Solo se entra a través de aquella puerta que nos conduce por un camino que es un camino que se llama Jesús y nos conduce a la vida que se llama Jesús.
Pidamos la gracia de tocar siempre aquella puerta. A veces está cerrada: estamos tristes, estamos desconsolados, tenemos problemas en tocar, tocar aquella puerta. No vayan a buscar otras puertas que parecen más fáciles, más cómodas, más accesibles… Jesús no desilusiona jamás, Jesús no engaña, Jesús no es un ladrón, no es un asaltante. (Homilía enSanta Marta, 22 de abril de 2013)

Diálogo con Jesús

Amado Pastor de las almas, Jesucristo mío, quiero enamorarme de Ti cada día, que mi relación contigo cada vez sea más intensa y te viva y te sienta en la oración de cada día. Quiero estar consciente de tu presencia poderosa en mi vida, que me guías y pastoreas mi vida, que soy una oveja de tu redil a quien proteges con todo tu amor. Líbrame de esos falsos pastores que sólo me apartan de Ti y de tu misericordia. Tú eres el único Pastor, el único que por mí ha entregado su vida para que me salve. Cuando escucho tu voz en mis momentos de silencio, mi alma se derrite de gozo y te reconozco en ella al experimentar tu ternura y al mismo tiempo tu santo poder. Enséñame Señor mío, a identificarte siempre en el grito silencioso de los más necesitados, en los deseos frustrados de aquellos que se sienten agobiados. Quiero crecer en el amor y para ello debo donarme en amor hacia aquellos que aún no han entrado a tu rebaño porque no te han podido encontrar. Creo en tu amor, en que me das vida en abundancia y en que nunca podré perderme si escucho tu voz y la sigo. Amén

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