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martes, 2 de febrero de 2016

El cardenal Bo advierte que la destrucción de la familia es peor que la bomba atómica

El cardenal Charls Maun Bo aseguró en el Congreso Eucarístico celebrado en Filipinas que Asia y África «luchan por las familias pobres, oprimidas. Las naciones ricas han desviado su atención de la pobreza y de la opresión, para pasar a hablar acerca de nuevas familias, de nuevas formas de progenie. Un peligro mortal más grande que la bomba atómica y que el terrorismo se yergue sobre la humanidad entera, porque algunas naciones han optado por el camino de la destrucción de la familia, a través de las leyes».
(Asia News) El prelado birmano, embajador pontificio en el encuentro de Cebú, presidió la misa conclusiva del Congreso. En la homilía denunció los ataques al núcleo fundante de la sociedad y relanzó a Filipinas como «faro de la evangelización». De este país asiático proviene el impulso para la misión en el tercer milenio. La Eucaristía, fuente y culmen del compromiso de vida.
«La Eucaristía es sembrada dentro de la familia –explicó el card. Bo- y germina en su interior. La familia es el lugar de la primera comunión. La familia es el núcleo primario de la Iglesia» y es el lugar en el cual «cada día se parte el pan». Por eso, advierte, «debe ser protegida, promovida y alimentada».
«En los últimos tres años, el Papa Francisco ha expresado tres grandes preocupaciones que se refieren al mundo entero: familia, injusticia ambiental, injusticia económica. Pero el mayor peligro para la humanidad, hoy, es la destrucción de la familia. Lamentablemente incluso dentro de la Iglesia Católica cuesta entender el peligro terrible que corre la familia».
Ilustrando la semana de encuentros y reflexiones que acaba de concluir, el arzobispo de Yangon recordó que «provenimos de muchas naciones, hablamos distintas lenguas. Pero, al igual que en el día de Pentecostés, la Eucaristía profundiza nuestras relaciones». Éste es un momento «de Gracia» embellecido por la hospitalidad de las Filipinas y de sus habitantes, que el purpurado birmano define como los «apóstoles de la sonrisa».
Justamente, en la homilía, que fuera enviada a AsiaNews, el purpurado birmano ha querido subrayar la centralidad de las Filipinas en la misión del tercer milenio. La única nación asiática de mayoría católica, advierte el purpurado -destinada a la «gloria, prosperidad y espiritualidad»- tendrá la tarea de «ser luz no sólo para Asia, sino para el mundo entero». «Las Filipinas –dijo- necesitan de la esperanza. La Iglesia necesita esperanza. Nuestras familias necesitan esperanza. El mundo de hoy tiene gran necesidad de una palabra de cuatro letras: Esperanza (por la palabra Hope, que significa esperanza en inglés, ndt)».
En este sentido, las Filipinas, «la mayor nación católica de Asia, es portadora de gran esperanza» afirma el Card. Bo, que no quiere «negar (que existan) los desafíos, la pobreza, la inseguridad, la migración», sino que advierte que esta nación también «posee grandes potencialidades para todo el mundo católico».
«¡Filipinas, estrella del este!– prosiguió- ¡Alégrate! El tiempo del encuentro con el destino ha llegado. Eres predilecta, no sólo para Asia sino para el mundo entero, en este milenio». «Filipinas –exhorta- ¡ve y multiplica vuestros misioneros! ¡Ve y puebla las naciones en las cuales la cristiandad se ha convertido en una minoría! ¡Ve a los países que tienen más animales domésticos que niños!».

Otros países solo tienen dinero. Filipinas tiene familias

Retomando el tema de la familia, el card. Bo recuerda que los filipinos tienen dos grandes gracias: «Vuestra integridad familiar es fuerte. Tenéis la tasa de divorcios más baja de la región. Muchas naciones ricas tienen dinero, pero no tiene familias. Y en segundo lugar, tienen un alto número de gente joven. ¡Qué bendición!».
Como conclusión, el purpurado relanza «la centralidad de la Eucaristía, que sigue siendo «la fuente y el culmen de nuestro compromiso de vida». «Debemos sentirnos revigorizados por la teología del Eucaristía», concluyó el card. Bo, «recordándonos siempre que la Primera Eucaristía fue celebrada por un hombre condenado, un hombre sin poderes, un hombre cuyo corazón «estaba pasando la tribulación». «Pero el poder de la Eucaristía –advierte- fluía de aquellas manos vacías. Y continúa inspirándonos. La Eucaristía es verdadera presencia, la Eucaristía es misión, la Eucaristía es servicio».

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