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miércoles, 1 de junio de 2016

Yo soy el Dios de Abraham, Isaac, y de Jacob. Dios no es Dios de muertos sino de vivos

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Evangelio según San Marcos 12,18-27

Dios es un Dios de vivos: “En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús unos saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió, para darle descendencia a su hermano. Había una vez siete hermanos: el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete”. Jesús les contestó: “Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados”Palabra del Señor

Reflexión del Papa Francisco

El Evangelio nos presenta a Jesús con los saduceos que negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos dirigen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: “Una mujer ha tenido siete maridos, muertos uno después del otro”, y preguntan a Jesús: “¿De quién será esposa aquella mujer después de su muerte?”.
Jesús, siempre dócil y paciente, responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrenal. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras cosas, no existirá más el matrimonio, que está ligado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados – dice Jesús – serán como los ángeles, y vivirán en un estado diferente, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar. Así lo explica Jesús.
Pero luego Jesús, por así decirlo, pasa al contra ataque. Y lo hace citando la Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de admiración ante nuestro Maestro, ¡el único Maestro! Jesús encuentra la prueba de la resurrección en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cfr Ex 3,1-6), allí donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está ligado a los nombres de los hombres y de las mujeres con los que Él se liga, y este lazo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos también decir de la relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros:¡Él es nuestro Dios! ¡Él es el Dios de cada uno de cada uno de nosotros! Como si Él llevase nuestro nombre. A Él le gusta decirlo y ésta es la alianza. He aquí el por qué Jesús afirma: “Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”
Y éste es el lazo decisivo, la alianza fundamental con Jesús: Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido a la muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida más verdadera que esta. La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia. (Reflexión antes del rezo el Ángelus, 11 de noviembre de 2013)

Diálogo con Jesús

Señor Jesús, te encomiendo hoy todas mis acciones, ideas y las buenas cosas que quiero hacer. Acudo a ti en actitud de humildad para que me capacites la mente, cuerpo y espíritu, para poder comprender cada una de tus palabras. Te pido perdón por mis faltas, por aquellas veces en las antepuse mi humana comprensión a tu sabiduría divina. Mientras más me acerco a Ti, más salen a luz todas mis oscuridades, me vas sanando de ellas y me vas llenando de tu bondad. Señor mío, quiero que obres en mi vida de manera tal que me llenes de entendimiento y sepa separar las cosas terrenas de las de tu reino. Ven y conviértete en el dueño de mi vida, en el dueño de mis actos, hazte presente en mis acciones e ideas, y sobre todo en mis palabras, para que ellas siempre estén cargadas de reconciliación y consuelo para con todos los míos. Amén

Propósito para hoy:

Confiando en que unido a Cristo todo se puede, hoy voy a seguir puntualmente todas las inspiraciones del Espíritu Santo

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