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viernes, 17 de junio de 2016

El perfil de un obispo, según el papa Francisco

La iglesia universal siempre estará abocada constantemente a la  selección de nuevos obispos para atender las ovejas diseminadas en los verdes y extensos campos de Dios. La vida humana es cíclica, y por lo tanto, los que están prestando un servicio como obispos al cumplir la edad canónica, 75 años, según el canon 401, se le ruega que presente su renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias. 
    
El obispo, en latín se traduce, como episcopus, significa, un celador, posee la plenitud del sacerdocio. Por voluntad de Cristo, pasando por el discernimiento de los consultados, visto y examinado por la Congregación para los Obispos, y luego presentado al Romano Pontífice, a quien corresponde el juicio definitivo sobre la idoneidad del candidato, quien antes de firmar el nombramiento, pide luz al Señor, para que cuando estampe su firma, con su puño y  letra, sea realmente la voluntad de Dios, y nunca se imponga el capricho humano (cf. canon 377).
    
Al Papa san Celestino I (421-432), se debe lo que, desde el siglo V, es un criterio rector incuestionable, que ningún obispo sea impuesto, sino que los candidatos dignos e idóneos, sean  consultados al pueblo de Dios, pues allí el Espíritu Santo ilumina.
    
En los nuevos criterios para elegir al obispo que llevará sobre sus hombros la cura pastoral diocesana, el papa Francisco, a propósito de la elección, ha externado lo siguiente: “a la hora de firmar el nombramiento de cada obispo me gustaría sentir la autoridad de su discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura su consejo...          

Por eso el espíritu que preside sus trabajos... no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las alturas.            
Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos apartamos de este trinomio abandonamos la grandeza a la que estamos llamados”.
    
Los obispos deben ser testigos del Resucitado: “es aquel que sabe hacer actual todo lo que acaeció a Jesús y sobre todo sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección... No un testigo aislado sino junto con la Iglesia...Quiero subrayar que la renuncia y el sacrificio son inherentes a la misión episcopal. El episcopado no es para uno mismo, sino para la iglesia…”
    
Luego de vivir la experiencia de ser testigo del Resucitado, se desprenden tres actitudes que ayudarán al obispo a cumplir su misión: ser Obispos Kerigmáticos, Orantes y Pastores.

El primero es, ser Obispos kerigmáticos, esto  implica, ser hombres custodios de la doctrina, no para quedarse en meros cálculos pastorales, sino fascinar al mundo, pues la fe procede del anuncio del Evangelio, de la belleza del amor, sembradores humildes y confiados de la verdad…
    
El segundo es, ser Obispos Orantes, lo mismo que decir, hombre de oración, hombre de vestidos de parresia, o sea, obispo que habla con valentía, sin miedos, con libertad y sin ambigüedades .Debe tener valor de discutir con Dios a favor del pueblo, tal y como lo hizo Moisés, Abrahán, y otros profetas, y sobre todo de conducir al Pueblo santo de Dios, a donde Él lo indique, debe además entrar en la paciencia de Dios, buscándose y dejándose encontrar.
    
Y por último, Obispos Pastores, es decir, pastores con olor a oveja, cercano, y no distante de la gente.             

Humildes, frente a la arrogancia que exhibe el mundo; pacientes, frente a la inmediatez de muchos; misericordiosos, frente a algunos que acumulan odio en su corazón. Amar la pobreza, tanto interna como externa, pues con ella se vive con libertad, sencillez y austeridad. Evitar ver el oficio de obispo como si por el encargo se estuviese por encima de todos, una especie de príncipes,  pues el obispo es un servidor, uno que va delante para indicar los caminos del Señor.
   
Oremos al Señor,  para que los nuevos obispos, que vayan a ser nombrados, en los próximos meses, en la República Dominicana, puedan asumir el oficio según el corazón de Cristo.
Felipe de Js. Colón

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