“Se llenaron de alegría al ver al Señor”. (Jn. 20, 20). Así reza el lema del mes de abril, continuando el Itinerario de Evangelización del Tercer Plan de Pastoral. Al gozo le antecede la tristeza y el miedo. El primero porque se han llevado al Señor, y no saben donde lo han puesto; y al segundo, es el temor a ser agredidos o insultados. La fe de los apóstoles en ese momento era frágil. Jesús se pone en medio de ellos, y les dice:”Paz a ustedes”, e inmediatamente les muestra los signos de que ha resucitado: las manos y el costado. En ese mismo instante se les encendió el corazón de alegría. Su presencia y sus palabras dejaron atrás el miedo y la tristeza.
Si queremos ser cristianos alegres, hemos de tener un encuentro con el Señor Resucitado. La fuente de un auténtico gozo lo proporciona Cristo muerto y resucitado. Una fe con anemia espiritual, solo produce desazón, tristeza y desánimo. En esa circunstancia, el demonio se aprovecha y se desliza por algún hueco del corazón para pervertirlo, confundirlo, y anestesiarlo.
Un cristiano con estos padecimientos caerá en el pecado, perderá la alegría y se prestará a hacer lo que no debe. Es capaz de hacer daño a los demás y de hacerse daño así mismo.
La persona que se ha habituado a practicar la injusticia, produce una especie de “anestesia pervertida”. Es un injusto estafar, engañar, corromper y corromperse. Estos tres verbos guardar estrecha analogía, pero en el fondo solo buscan su propio beneficio. El dedicado al ruin oficio de engañar, no le importa la suerte de esa persona o de esa familia. El corrupto nombrado o elegido, no le importa el destino del pueblo.
Vemos a través del los Medios de Comunicación, desfilar vergüenzas, moribundos, acusaciones, asesinatos, robos, millonarios de la noche a la mañana. Creo que de algún modo nos hemos tristemente acostumbrados a observar estas escenas desgarradoras. Pero urge dar respuesta efectiva, pues somos el pueblo, y ese pueblo espera por nosotros.
En medio de nuestra realidad dulce y amarga, el Señor resucitado, nos invita en este tiempo de Pascua, a no perder esa cualidad hermosa de la alegría. En el dolor, en la contrariedad y la traición, la alegría, el gozo de sabernos hijos de Dios, hermanos en Cristo.
El Papa Francisco en su homilía de la Vigilia Pascual, nos decía, que estamos llamados a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen la luz de su vida.
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